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Opinión

Dr. Raúl Salmerón Ríos

Dr. Raúl Salmerón Ríos

Médico de Familia, Responsable GdT Salud Pública de SEMG

¿Las guardias son saludables?

Las guardias médicas forman parte del ADN de nuestra profesión. Desde el primer año de residencia, el calendario se estructura en torno a ellas. Se nos enseña a sobrellevar el cansancio, a tomar decisiones importantes de madrugada y a mantener la concentración incluso en las horas más bajas del día. Son, para muchos, una “escuela de vida médica”, una fuente inagotable de aprendizaje y resiliencia. Pero con el paso del tiempo, y a medida que la evidencia científica y la experiencia personal se acumulan, surge una pregunta cada vez más difícil de ignorar: ¿son saludables las guardias?

 

El ritmo biológico contra el reloj del sistema

Desde un punto de vista fisiológico, el cuerpo humano está diseñado para funcionar en ciclos de 24 horas —el llamado ritmo circadiano—, que regula funciones esenciales como el sueño, la secreción hormonal, la temperatura corporal o la digestión. Interrumpir este ritmo, como ocurre sistemáticamente durante una guardia, tiene consecuencias directas sobre nuestra salud.

La privación de sueño, incluso parcial, afecta la memoria de trabajo, la capacidad de atención, el juicio clínico y la coordinación motora. A largo plazo, se asocia con mayor riesgo de hipertensión, obesidad, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Además, se ha observado que trabajar en turnos nocturnos o con interrupciones del sueño puede alterar la secreción de melatonina, una hormona clave no solo para el sueño, sino también con funciones antioxidantes y anticancerígenas.

En otras palabras, no solo rendimos menos tras una noche sin dormir, sino que además estamos sembrando el terreno para enfermedades crónicas que podrían evitarse. El impacto no es inmediato, pero es acumulativo. Y el hecho de que hayamos “aguantado” durante años no significa que sea inocuo.

 

El coste emocional: la otra cara de la guardia

Más allá de lo físico, las guardias tienen un componente emocional que a menudo pasamos por alto. La soledad de ciertas decisiones, el peso de la responsabilidad, la tensión acumulada tras horas de presión constante y la falta de descanso posterior pueden dejar huella. Muchos médicos no podemos dormir bien después de una guardia. También se dan casos de irritabilidad persistente, de dificultades para concentrarse en tareas cotidianas, o incluso de una sensación de desapego emocional.

No es casualidad que el síndrome de burnout sea más prevalente entre quienes hacen guardias frecuentes, especialmente si estas no se recuperan adecuadamente. Las emociones se embotan, la motivación se diluye y, en los peores casos, aparecen síntomas de ansiedad, depresión o fatiga crónica. El médico se vuelve más vulnerable, y con él, su capacidad para cuidar a otros.

 

Guardias en formación: entre la oportunidad y el riesgo

Uno de los argumentos más repetidos en defensa de las guardias es su valor formativo. Y esto si es cierto: pocas experiencias ofrecen un aprendizaje tan directo y multifacético como una noche en el hospital o en un centro de salud rural, donde se atiende lo urgente, lo inesperado, lo difícil. Se aprende a priorizar, a comunicar bajo presión, a gestionar recursos escasos y a trabajar en equipo. En definitiva, se forja el criterio clínico.

El impacto no es inmediato, pero es acumulativo.

Pero también es cierto que el aprendizaje no debería ir en detrimento de la salud del profesional. No deberíamos tener que elegir entre formarnos bien y cuidarnos. ¿Es razonable que un residente de primer año afronte turnos de 24 horas sin descanso, a menudo sin supervisión adecuada? ¿Podemos llamar "formación" a una jornada laboral que supera el doble de lo legalmente permitido en cualquier otro sector?
 

Además, el cansancio no solo afecta al médico: también aumenta el riesgo de errores clínicos, diagnósticos inadecuados o demoras en la atención, con consecuencias potenciales para la seguridad del paciente. Por tanto, replantear las condiciones de las guardias no es solo una cuestión laboral, sino también ética.

 

Modelos en evolución: ¿es posible una alternativa?

En algunos países europeos, las guardias tradicionales han sido sustituidas por modelos de trabajo a turnos rotatorios, con límites estrictos en las horas consecutivas de trabajo. La normativa de la Unión Europea establece, por ejemplo, un máximo de 48 horas semanales de trabajo (guardias incluidas) y descansos obligatorios de al menos 11 horas entre jornadas.

En España, aunque existe un marco legal similar, su aplicación en la práctica es desigual. Muchos centros aún dependen del esfuerzo personal del profesional para cubrir déficits estructurales. Sin embargo, comienzan a emerger propuestas alternativas: guardias de 12 horas, equipos de relevo a medianoche, mayor número de efectivos por turno, e incluso contratación de profesionales dedicados exclusivamente a urgencias, liberando a otros del sistema rotatorio tradicional.

Es evidente que no se puede cambiar de la noche a la mañana un modelo tan arraigado. Pero sí podemos —y debemos— iniciar una reflexión profunda sobre su sostenibilidad. El objetivo no es eliminar las guardias, sino adaptarlas a la realidad actual, integrando la evidencia científica, la experiencia profesional y el bienestar del médico como pilares fundamentales del sistema.

 

El descanso postguardia: una asignatura pendiente

Otro aspecto clave es el respeto al descanso postguardia. En teoría, es un derecho reconocido. En la práctica, no siempre se cumple. Hay profesionales que terminan una guardia a las 8 de la mañana y deben quedarse hasta media mañana para “cerrar” el cupo. Otros que encadenan guardias con jornadas ordinarias, bajo la presión de la sobrecarga asistencial o la falta de personal. Incluso los que continúan de guardia en Puntos de Atención Continuada rurales alcanzando las 48 o incluso 65 horas de guardia.

No descansar adecuadamente después de una guardia no solo perpetúa el agotamiento, sino que disminuye la recuperación física y emocional necesaria para mantener la calidad asistencial. En este sentido, el respeto al descanso no debería depender de la voluntad del médico ni de la organización local, sino ser una política institucional firme.

 

El silencio cómplice

Durante años, el sistema ha funcionado gracias a la implicación incondicional de los profesionales. Y, en parte, gracias a un cierto silencio cómplice: el que nos lleva a normalizar lo que no es normal. A justificar jornadas maratonianas. A considerar el cansancio como una insignia de honor. A asumir que “esto es lo que hay” y seguir adelante.

Romper ese silencio no significa debilitar la vocación, sino reforzarla desde el cuidado mutuo. Significa reconocer que, para cuidar bien, primero hay que estar bien. Significa construir una cultura sanitaria donde el bienestar del profesional no sea una concesión, sino una condición imprescindible para una atención segura y de calidad.

 

Conclusión: cambiar el modelo para cuidar mejor

Las guardias, tal y como están concebidas actualmente, no son saludables. Son necesarias, sí, pero también profundamente mejorables. El debate no es si eliminarlas o no, sino cómo transformarlas para que sigan cumpliendo su función sin comprometer la salud física, mental y emocional de quienes las realizan.

Como Médicos, tenemos la responsabilidad de abrir esta conversación, de poner sobre la mesa nuestras vivencias, los datos científicos y las propuestas viables. Porque cuidar a quien cuida no puede seguir siendo una utopía. Debe ser el próximo paso lógico de un sistema sanitario que aspire a ser justo, eficiente y humano.

 

Las opiniones, creencias, o puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan los de Boehringer Ingelheim España, S.A

 

DOC.6014.062025

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